La esencia de la ética profesional reside en los cimientos de principios y valores que anidan en lo más profundo de cada individuo dedicado a la labor de la auditoría. Esta brújula interna guía nuestras acciones en el terreno laboral. De manera colectiva, la profesión ha erigido un conjunto de directrices y valores que trazan el rumbo del actuar del auditor.
Este año, se me presentó la oportunidad de asumir la posición de instructor en clases dirigidas a estudiantes de pregrado y posgrado que exploraban los intrincados procedimientos de la auditoría. Me impresionó la escasa consideración hacia los aspectos éticos en el proceso de formación de los futuros profesionales en las aulas universitarias. Ciertos comportamientos exhibidos por mis alumnos me empujaron a tomar una decisión que, en mi etapa de estudiante, habría censurado: desviarme de la materia en cuestión y en lugar de ello, abordar lo que considero crucial para cada individuo que aspira a convertirse en profesional; es decir, comprender, internalizar y abrazar estos valores y principios fundamentales.
El primer fallo, en lo concerniente a estos aspectos, es palpable en la sociedad, donde en ocasiones se da preferencia al astuto oportunista, entre otros ejemplos que podrían escaparse de mi memoria en este instante. El punto es que estamos engendrando seres humanos que se desvían de la ética proclamada en los manuales y se aproximan peligrosamente a comportamientos “antitéticos”, transmitiendo así este mal ejemplo a las generaciones venideras.
Las aulas están experimentando un desfase, ya que tanto en escuelas como en universidades, la formación en este aspecto es insuficiente. Por consiguiente, es tarea de las empresas asumir la responsabilidad de inculcar a sus colaboradores la relevancia de los valores para el ejercicio de nuestra profesión.
Cada unidad monetaria invertida en esta causa se traduce en un factor crucial para garantizar el éxito de las estrategias de la firma de auditoría.
Las recientes sanciones impuestas por la Junta de Supervisión de Contabilidad de Empresas Públicas (PCAOB, por sus siglas en inglés) a reconocidas firmas de auditoría, nos instan a reflexionar acerca de la necesidad de recorrer un trecho más largo en este camino y de implementar enfoques más innovadores para que la ética profesional se arraigue en el ADN de nuestros colaboradores.
“Auditores sorprendidos copiando en el examen de ética: Estas artimañas que han acarreado una multa récord a EY”. Tal es el titular de un artículo publicado en el periódico El País el 28 de junio de 2022.
“Negarse a cooperar en una inspección de la PCAOB, recurrir al engaño en exámenes de capacitación, firmar hojas de trabajo en blanco y el uso indebido de una entidad no registrada son solo algunas de las infracciones ocurridas entre 2016 y 2021”, reza una noticia publicada en el sitio web de la PCAOB, en relación con la imposición de una multa a KPMG.
Este asunto no se restringe a las Cuatro Grandes firmas de auditoría o a consideraciones sobre si nos encontramos en naciones desarrolladas o no. El primer ejemplo proviene de América del Norte, mientras que el segundo se relaciona con Colombia, Reino Unido e India.
Para completar la panorámica, esta narrativa no es única en nuestra industria; más bien, se derrama por casi todas las esferas profesionales:
La eurodiputada griega Eva Kaili fue detenida el domingo en Bruselas y enfrenta acusaciones de pertenencia a una organización criminal, lavado de dinero y corrupción, según relata Hispanidad.com.
El fundador de una empresa contra el ciberfraude ha sido condenado por fraude en Nueva York, como da cuenta Swissinfo.ch en su portal.